La
Cultura de Paz, resultado de un largo proceso de reflexión y de acción no es un
concepto abstracto, sino que fruto de una actividad prolongada a favor de la
paz en distintos periodos históricos y en diferentes contextos, constituye un
elemento dinamizador, abierto a las constantes y creativas aportaciones que
hagamos. La educación en este proceso ocupa un importante papel pues gracias a
la relación interactiva y sinérgica que mantiene con la Cultura de paz favorece
el desarrollo del resto de ámbitos donde esta se desarrolla y construye. Es a
través precisamente de la educación que las sociedades alcanzan mayores cotas
de desarrollo humano, superan los prejuicios y estereotipos que segregan y
separan a unos de otros, se establecen relaciones basadas en la cooperación y
la participación, se aprehende y comprende el mundo diverso y plural en el que
vivimos, se desarrollan las habilidades y capacidades necesarias para
comunicarse libremente, se fomenta el respeto de los derechos humanos y se
enseñan y aprenden las estrategias para resolver los conflictos de manera
pacífica. ¿Pero cuáles son los valores mínimos universalizables que deben
orientar la Educación para la Cultura de Paz? En este sentido, el “Manifiesto
2000”, redactado por un grupo de premios Nobel, contiene los seis principios
clave que definen la Cultura de Paz y que resumen, para nuestro propósito, los
valores mínimos para crear espacios de paz en los centros docentes.
Respetar
la vida
Respetar
la vida es el presupuesto básico del catálogo de los derechos humanos, sin el
cual no es posible el ejercicio de los demás derechos. Principio este que está
estrechamente vinculado a dos de los pilares básicos de la educación: aprender
a vivir juntos y aprender a ser. Según estos pilares las misiones, entre otras,
de la educación serían: “enseñar la diversidad de la especie humana y
contribuir a una toma de conciencia de las semejanzas y la interdependencia
entre todos los seres humanos”. Descubrimiento del otro que pasa forzosamente
por el conocimiento de uno mismo, el reconocimiento de un proyecto personal de
vida y la oportunidad de tender hacia objetivos comunes orientados, desde la
práctica educativa cotidiana, por unas relaciones basadas en el diálogo y la
cooperación para superar las diferencias y generar un clima propicio que
prevenga cualquier situación de violencia, abuso o discriminación. Es por ello
que respetar la vida representa para la educación el imperativo de contribuir
al desarrollo integral de cada persona permitiéndole estar en las mejores
condiciones para determinar por sí misma qué debe hacer en las diferentes
circunstancias de su vida a través de la autonomía personal y el desarrollo del
juicio crítico. Como se expresa en el informe Delors (1996): “Más que nunca, la
función esencial de la educación es conferir a todos los seres humanos la
libertad de pensamiento, de juicio, de sentimientos y de imaginación que
necesitan para que sus talentos alcancen la plenitud y seguir siendo artífices,
en la medida de lo posible, de su destino”. Todo proyecto educativo centrado en
saber “convivir juntos” va unido, por otro lado, a otros valores esenciales
como la libertad y la seguridad. Esto significa no sólo la exigencia ética y
normativa de favorecer en todo proceso de enseñanza y aprendizaje el ejercicio
de la autonomía personal desde la libre expresión de ideas, sino también la
creación de espacios de confianza que posibiliten la resolución creativa y
pacífica de los conflictos de tal modo que los centros educativos sean lugares
justos y seguros.
Si
la educación es un instrumento valioso para la transformación humanizadora de
la sociedad no es precisamente porque permite la adquisición de conocimientos
disciplinares, sino sobretodo porque auspicia formas de relacionarse unos con
otros desde la generosidad inequívoca, desde la emoción y desde los
sentimientos más profundos del ser humano. Encontrar el equilibrio entre esos
dos tipos de conocimientos (disciplinar y experiencial o relacional),
conocimientos por otro lado de diferente origen y naturaleza, constituye un
motivador desafío para la educación.
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